Supongamos que esto es el 26 de abril de 1986, es la madrugada, cerca de la 1, el viento sopla como no volverá a soplar en las afueras de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, el núcleo del reactor 4 está a punto de fallar y el cielo, en unas horas, se llenará de una nube de material radiactivo extenderá su miedo por unos 150 mil kilómetros cuadrados.
En ese mismo instante, aunque varias horas atrás, si se nos permite la licencia, hay una niña, en un pequeño país, mirando el cielo, buscando, quizá, letras o palabras o acaso los primeros símbolos de un lenguaje íntimo.
Y justo en ese momento, estalla la tragedia, lejos, muy lejos. Y aunque esa niña de 10 años nunca conoció Chernóbil, algo de la explosión le alcanzó para siempre.
La poesía de Angélica, acaso el lenguaje des-cifrado de esa niña, intenta adentrarse en la profundidad de la pérdida, en el origen de la herida primigenia. Y ya sabemos que una herida, no necesariamente, se origina con algo punzante sobre la carne, una herida puede entrar por los ojos, por las imágenes transmitidas por el televisor en algún momento determinado de la infancia y eso eclosiona con todo lo demás y ya nada vuelve a ser lo mismo.
Los secretos familiares, el inicio del trauma, del amor, de la soledad, de la alegría, se expanden como un material radiactivo, pasando las nubes del pasado, la lluvia ácida del presente, hacia el futuro, consumiendo todo a su paso, y entonces la vida se transforma en una raíz invertida, y los sueños se convierten en una bruma infinita de plutonio, yodo, estroncio y cesio.
En estas páginas hay una niña escudriñando el mundo, es 1986, la poesía, que hace eco de una ciudad envuelta en una pesadilla radiactiva, recupera el sentido de una infancia hasta entonces adormecida.
Jonatan Lépiz Vega
ISBN: 978-9930-572-24-5
Autor: Angélica Murillo