Entre el 2001 o 2002. Traía consigo lo que escribió durante la tarde y después incluiría en Soundtrack. Eran los Poemas del Lobo Feroz; el segundo dice: “Cuánto quisiera poder decir como el Osito:/ Alguien ha entrado en mi casa, ha probado mi sopa, / se ha sentado en mi silla y, gracias a la suerte, /todavía está en mi cama”.
Fueron versos que suscitaron prejuicios: Felipe fue para mi, a partir de entonces, un poeta y una persona que hacía rimar el humor y la ternura. Me acostumbré a rastrear estas características en sus escritos y su charla. Otros dos rasgos descubrí casi de inmediato: la pasión por la literatura y por la música, y la agresividad con que habitaba y escribía sobre el mundo.
Así aparece en Soundtrack cada poema tiene el título de una canción como pretexto para el grito o el susurro. Violento, en Who Wants to Live Forever, a partir de la canción de Queen, reta a aquellos que se atreven a juzgar las paradojas: “¿Qué si digo Satán / y digo Amor / y me declaro culpable / de ambos crímenes?”. Tierno, con BeautifulBoy, de John Lennon, encontraba las palabras para agradecer la paternidad: “Yo no podía saber / que la poesía / era algo / del tamaño de tus ojos. […] que tu risa del niño que no entiende explica muchas cosas”.
Tuvo tiempo para escribir, una premonitoria crónica en la que afirma que sueña con ser “un conejo de peluche al que se le cayó un ojo de botón de tanto afecto que le dio su dueño, a saber, un niño de 6 años, como Juan”. En medio de tanta tóxica rabia, Felipe Granados era un poeta del afecto.
Bértold Salas Murillo
ISBN: 9968-834-73-4
Autor: Felipe Granado