Hay libros que siguen un rastro. Tienen claro el rumor del animal que los mordió. Sus autores van tras sus páginas, en un afán de entender el mérito de los espejos. Esto pasa con Marvin Castillo Solís, quien nació en Pérez Zeledón y con sus poemas viaja al corazón de una ballena.
Antes, tuvo que esperar un bus. Con el viento le creció el cabello y una capacidad auténtica de llegar a la poesía. Nos enseña varias cosas: sabe que Zelda es el nombre de la princesa y no del elfo pixelado que llevamos dentro; que una emisora de música de plancha puede ser el salvoconducto para desaparecer; y el Parque Nacional un lugar para hacerle la competencia a los vendedores de lotería con versos que salen de un lugar más intacto que la memoria.
La calle puede ser brava y, la poesía –según la hora– también. Ha llegado el tiempo para Marvin, un poeta que divide su vida entre docencia, mundo y escritura. Su lenguaje genera una sensación de comodidad; es una trampa, él apunta a lo profundo, a lo que nos vislumbra desde el fondo, a lo que es abismo y, según la perspectiva, elevación. Nos pone de frente con un filósofo de la calle. A la par de un recuerdo ancestral, siembra el presente: los seres grabados en un caballete de piedra, a la espera de un mamut, son el niño que observa los últimos momentos de su padre, el intento de cazar un grano de poesía con un tenedor.
Y antes de despertar escuché la voz de Jonás que resonaba, como el freno de motor de un viejo tráiler. Ese tráiler puede ser el sonido que su abuela ve en el corredor: las flores / que su difunto esposo / sembró para ella en el patio; su madre entre Camilo Sesto y Miriam Hernández; o Marvin diciendo sus poemas de memoria, como si supiera que algo de nosotros –en ese tiempo real que solo habita en la poesía– también los escribiéramos.
Dennis Ávila
ISBN: 978-9930-572-05-4
Autor: Marvin Castillo